De las Antillas del Sudeste, partió la flota del oro con
destino a España con su pesada y preciada carga, oro, plata, maderas preciosas
y todo tipo de gemas y demás tesoros para en el año 1699, arribar a la ría de Vigo en el mes de Septiembre de 1702
Estaba compuesta
por diecinueve galeones españoles bajo
el mando del admirante Manuel Velasco y gracias
a los acuerdos con Francia, escoltados
por veintitrés navíos de guerra del antedicho país al mando del Conde de
Chateaurenault.
Mantener tal número de navíos agrupados, dadas las
características de cada uno, su propio peso y su diferente carga, era harto
difícil, si a todo esto añadimos que una armada completa de corsarios ingleses
y holandeses navegaba casi a su estela, aumentaba en sobremanera las ya por si
complicadas circunstancias.
El Santo Cristo de Maracaibo, con sus cuarenta cañones y
capitaneado por el insigne y avezado marino Vicente Alvarez, marcaba la estela a seguir del resto de la
flota.
El castillo de popa, a pesar de las incomodidades propias
de tan larga estadía, sin duda alguna era el lugar más confortable en el que se albergaba el anteriormente citado
Capitán y la hermosa Tupac, su querida compañera.
Era la indiana una hermosa mujer de pelo negro y piel
tostada hija de un cacique tribal que
cautivara con sus encantos a Vicente, habiendo sido raptada por este, la noche
anterior a la partida de las islas antillanas.
A pesar de la brisa que la mar generosamente esparcía y
la buena ventilación del castillo de popa, el calor y la humedad se tornaban
insoportables. Si a todo esto añadimos el balanceo constante de la embarcación
y la extraña sensación que produce el líquido elemento además del tiempo que se estimaba de arribo a
puerto, podría decir sin temor a herrar que desesperante.
La tripulación, entretenía su tiempo en las labores
propias de mantenimiento del navío, repasando el cordaje y distrayéndose con
los típicos juegos de azar propios de la marinería.
Las noches, las largas noches, daban bajo la atenta mirada
de la luz de la luna, para relatar las más estremecedoras aventuras que imaginar
pudieran alimentadas si cabe por el
abundante ron que sin apenas control, corría por la nao.
Aquella noche, negros nubarrones envueltos en desasosegado
viento barrían la desierta cubierta.
Una fina llovizna a intervalos más fuerte limpiaba el
salitre que el agua marina había depositado sobre la seca madera.
El típico chirriar de la estructura del barco y el bronco
romper de las olas contra la proa, se
escuchaba incesantemente como si de una melodía finamente orquestada se
tratara.
De improviso, la luz que iluminaba tenuemente la estancia,
desapareció como queriéndose trasladar,
portada por alguna mano invisible, hacia otro lugar de momento desconocido.
La puerta que deba acceso del Castillo de popa a la primera cubierta se abrió de pronto.
Tupac, sujetándose a la cuerda que hacia de pasamanos
abandonaba el último peldaño. La luz que desprendía el candil iluminó su cara.
Poco a poco, su negra melena se impregnaba de aquel regalo
de Neptuno al que Eolo contribuía a esparcir.
Respiró profundamente tratando de llenar los pulmones de
fresco aire al tiempo que inclinaba su grácil cuerpo hacia atrás. El mas claro rayo de luna, el destello más puro dio
todo su esplendor con su calida caricia a tan bella escena.
De entre al montón de cuerdas arrimadas a la borda, una
sigilosa figura hizo su aparición.
Solo tuvo tiempo de girar sobre sus talones para ver como
se abalanzaba hacia ella. Se trataba de
un ebrio marinero que amparado por la noche, trataba de abrazarla.
De su cintura surgió una daga que describiendo un limpio
círculo le rebanó el cuello. Una sutil maniobra, obró el resto. El sordo ruido
de un cuerpo estrellándose contra el agua no demandaba más explicaciones.
Pausadamente como si nada hubiera sucedido, desanduvo sus
pasos.
Casi de amanecido, entre la bruma, la inconfundible
silueta de las Islas Cies, se dibujaban
al fondo.
El estrecho paso que a fin de cuentas tendrían que
sortear, hacía imprescindible que toda la tripulación permaneciera en estado de
máxima alerta.
El calado, no ofrecía seguridad alguna, por lo que ere
necesario dejar a estribor la Isla de Faro entrando así por el borde de babor
de la conocida por Isla Norte, hacerlo de otra manera, casi con toda seguridad
provocaría el naufragio.
Un insistente toque de campana, despertó a la tripulación
que en aquel momento no estaba de guardia. Un continuo ir y venir de hombres aun adormilados,
correteaban desordenadamente por cubierta. El arriado de velas que no tenía
otra finalidad que reducir la velocidad del bergantín, se realizaba con
premura. Solamente los foques permanecían hinchados por el viento de tierra.
Todas las miradas se dirigían al puente queriendo
localizar al Capitán que extrañamente no ocupaba su puesto. En su lugar, el
Contramaestre dirigía la arriesgada maniobra, mientras el timonel, Amancio de
Ojea, hacia virar la nao casi en redondo atendiendo sus instrucciones.
Los foques, al amparo de las islas, perdían viento
paulatinamente. A muy poca distancia, podía observar el vigía que hacia su turno en
la cofa sin dificulta alguna, como un navío de mucha menor envergadura se les aproximaba
velozmente. Por su porte y el tipo de velas, sin duda alguna se trataba del
Sanjuán, barco auxiliar, artillado con ocho cañones y muy marinero que dado su poco peso y su escasa carga, lo
alcanzaría en un corto espacio de tiempo. El joven y avezado capitán Rodrigo de
Gavael, ostentaba el mando en premio a los importantes servicios prestados con
anterioridad bajo las órdenes de Vicente Alvarez.
Por la amura de estribor, tal como lo aconsejaba el
viento, el San Juan abordó a su compañero de viaje, un poco más rezagado el
Nuestra Señora de las Mercedes hacia su aparición.
Un leve sonido apenas imperceptible, fue toda la señal de que ambos estaban perfectamente aparejados.EN LA DESPENSA (Serventesio)
Hoy guardo tu sonrisa en la despensa
mezclada
con distintas sensaciones,
bien
me arropa y la siento tan intensa
que
puede resultar como abstracciones.
No sabría decir que estantería
va
haciéndole función casi de cuna
por
si quiere dormirse en este día
cubierta
por los rayos de la Luna.
La
veo y me parece un tanto arcana
con
ese resplandor que la ilumina
pudiendo
ser un trozo de la rima,
tal
vez esa caricia de manzana.
Te
miro, me embelesas de mil formas
destrozas
cada modo de mis normas.
Interesante historia, veremos cómo se va desarrollando. Valiente Mujer Tupac, me recuerda a doña Marina (Malinche) la mujer de Hernan Cortes.e
ResponderEliminarEspero la segunda parte.
Muy buen fin de semana,
mariarosa
Tienen un cierto aire Maria Rosa, pero Tupac seguro que la supera. Ya casi está terminada la segunda parte, pero puedo asegurarte que en mi esquema mental, da para otras tres por lo menos. Espero que te siga enganchando. Muchas gracias y un beso grande.
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